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Home » huertos familiares » letra de un cuento?

letra de un cuento?

By info  Posted on 21 junio 2013 In huertos familiares Tagged cuento, letra 136 Comments
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alguen me ayuda con la letra de este cuento llamada el abogado y las peras =)

10 puntos seguritos¡

gracias por su atencion.

Tenes una respuesta mejor? Dejala en los comentarios!

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136 thoughts on “letra de un cuento?”

  1. Reference dice:
    21 junio 2013 a las 17:35

    http://www.gibralfaro.uma.es/cuentosdid/pag_1309.htm

  2. jospi dice:
    21 junio 2013 a las 17:51

    EL ABOGADO Y LAS PERAS

    José Antonio Molero

    «Quien no desperdicia lo útil
    jamás carece de lo necesario.»

    Era Matías un joven campesino que vivía en un pequeño pueblo de una sierra cuyo nombre no viene ahora al caso. Las penurias de aquellos tiempos y la precariedad de su familia le obligaban a levantarse cada mañana muy temprano para cultivar un modesto huerto familiar, donde trabajaba más de doce horas para obtener unos frutos que, luego, un hermano suyo menor que él se encargaba de vender en el mercado y lograr, de esta manera, algún dinero que les permitiese vivir con dignidad.

    Las penurias de aquellos tiempos y la precariedad de su familia le obligaban a levantarse cada mañana muy temprano para cultivar un modesto huerto familiar.

    Pero el joven labriego no estaba contento con su labor. Pensaba que su trabajo era excesivo para el escaso beneficio que obtenía, sentimiento que se le agudizaba al comprobar que su amigo Julián, que trabajaba en la capital de la provincia, disfrutaba de una mejor calidad de vida, con menor esfuerzo y sacrificio.

    En numerosas ocasiones, el amigo había intentado convencerle de que se trasladase con él a la ciudad, ya que le había conseguido un trabajo de ayudante de cocina en el mismo hotel en que Julián realizaba las labores de recepcionista. Entre las ventajas que presentaba la propuesta, las más atractivas para el infortunado amigo eran las de estar obligado a un trabajo que sólo requería un esfuerzo de sólo ocho horas por jornada y de percibir un salario bastante aceptable.

    Matías no tenía idea alguna del oficio que su amigo le proponía, pero su carácter animoso y emprendedor había hecho de él una persona resuelta y decidida, y, así, pensaba que, poniendo mucho interés y empeño los primeros meses, no tardaría mucho en aprender una profesión que iba a reportarle un salario seguro y apartarle de las inclemencias de un trabajo a la intemperie.

    A pesar de ello, y por vez primera, en su ánimo brotó la duda. No estaba muy convencido de la conveniencia de aceptar la propuesta de su amigo Julián. Como siempre hacía, se decidió por pedir consejo a su abuela Matilde, mujer a quien Matías tenía en gran aprecio y estima, y a la que siempre acudía cuando algún contratiempo se interponía entre él y el sueño, y en ninguna ocasión se había sentido defraudado, pues los consejos de su abuela eran el sazonado fruto de una experiencia de muchos años de vida.

    Cuando acabó de referirle a su abuela las dudas que le embargaban, y como parecía que la tarde había enfriado un poco, ésta le invitó a sentarse a su lado, junto al fuego del hogar.

    Por unos momentos, ambos permanecieron callados, con los ojos clavados en el crepitar de las ardientes astillas de madera de olivo, de donde parecía salir hacia arriba una legión de minúsculos duendecillos rojos cabalgando sobre veloces corceles grises para desvanecerse al momento.

    Sin preámbulo alguno, rompió la abuela aquel improvisado silencio, y, sin razón aparente, comenzó a relatarle esta historia.

    ―Cierto abogado ―comenzó a decir la buena anciana― fue invitado a los festejos de una boda que se celebraba en su pueblo natal, un tanto distante de la ciudad en que vivía.

    »Puesto en camino, el abogado encontró, al borde de la carretera, un cesto lleno de peras. Como era de mañana, le sobraba apetito para comer, pero lo cercano del banquete lo indujo a despreciar la fruta, y así, dando un puntapié al cesto, lo arrojó al lodo.

    »Prosiguiendo la marcha, se encontró delante de un riachuelo que debía cruzar, pero tan crecido venía a causa de las lluvias que la corriente se había llevado el puente. No habiendo por allí ninguna barca que le permitiera la travesía, se volvió a casa por el mismo camino, sin haber comido nada.

    »En tales circunstancias, el hambre empezó a acosar su vacío estómago a tal extremo que, al pasar delante de las peras, que ahora yacían revueltas en el fango, no tuvo más remedio que recogerlas y comerlas, después de haberlas limpiado una a una lo mejor que pudo.

    Con un ligero golpe tos, la abuela dio por concluido su relato, para ceder de nuevo su atención a las persistentes llamitas cuyo calor ya se había hecho necesario.

    ―Poco rentable es el campo en estos tiempos que corren ―prosiguió la abuela―. He sido mujer y madre de labradores y sé que el valor de las cosechas apenas cubren los gastos a pesar de lo caro que resulta en ocasiones comprar en el mercado lo mismo que se ha vendido al pie del árbol. Los muchos intermediarios que meten las manos entre un punto y otro encarecen injustamente los frutos. Pero la tierra que engendró esos frutos siempre está ahí, siempre la tendrás fiel a tu servicio y jamás te abandonará. Por cada grano de trigo que le des, ella te devolverá cien, y, cuanto más la mimes con tu trabajo, más espléndida será contigo. A lo largo de mi vida, aunque hemos atravesado tiempos adversos, nuestra familia ha disfrutado de buenos momentos que la ha compensado de los rigores pasados. Y mientras en otras partes había necesidad, en nuestra casa jamás faltó un trozo de pan que llevarse a la boca… gracias a nuestras tierras, gracias al campo. Ya eres mayor y te considero un chico inteligente. Sopesa, pues, qué es lo más seguro para ti. Estoy segura de que sabrás optar por lo mejor.

    Matías comprendió al momento lo que su abuela había querido decirle, y, levantándose de su asiento, encaminó sus pasos hacia la calle: había decidido permanecer en el pueblo y continuar trabajando la tierra, pero, desde ahora, con más ahínco y convencido del sentido de su labor.

    Meses más tarde, una profunda crisis económica abatió miles de puestos de trabajo en las ciudades; sobre todo, en el sector de la hostelería. El pobre Julián fue uno de los afectados, a quien no quedó más remedio que regresar a su pueblo y acudir a Matías para ofrecerle su ayuda en las tareas campesinas.

    Los dos amigos aunaron su esfuerzo y trabajaron durante años aquellos terrenos, que, gracias al trabajo y sacrificio de ambos, fueron creciendo cada vez más, hasta convertirlos en una gran finca, que hoy día permite a sus familias vivir con holgura y comodidad.

  3. hector w a dice:
    21 junio 2013 a las 18:00

    Impotencia

    Árbol frondoso de constantes hojas verdes. Hojas brillantes de tamaño mediano medianamente gruesas. Abundantes. De follaje hermoso y tupido, junto con su grueso tronco de un par de brazadas se da aires majestuosos e impetuosos.

    Su sombra abarca un diámetro de casi diez metros en cuyo piso la vegetación es escasa, es casi nula bien sea por la falta directa del sol o porque su presencia emana sustancias que matan otras plantas como sucede en el reino vegetal algunas veces, o bien por el trajinar de personas y ganado al ser atractivo para descansar y guarecerse bajo su estampa de las inclemencias del sol o de las lluvias repentinas y fugases que se presentan en esa zona casi a diario y en el día varias veces, de seguro por ello los primeros colonos llamaron a la vereda Mundoroto y así quedo bautizada para siempre.

    Situado en la mitad de la pendiente de una esmeraldina y suave colina. Aunque no se le ven flores ni frutos en abundancia y muy pocos nidos aparecen en sus ramas es atractivo para pequeños pájaros y aves de mayor tamaño. Escogido a diario por grandes manadas de arrendajos en las horas del ocaso para posarse y descansar breves instantes rumbo a sus nidos, que en contadas ocasiones pasan la noche cuando lluvias huracanadas les trastornan el viaje y los obliga a quedarse. En el alba también es visitado en algunas temporadas del año por águilas y otras aves errantes después de muchos kilómetros de vuelo migratorio. Durante el resto del día, especialmente en el cenit, se posan por breve tiempo azulejos, canarios, toches, guapas, abuelitas, garrapateros, tijeretas y garzas.

    A unos quince metros de ese árbol tropical hay una ye. Ye que se forma por un obligado cruce de caminos que van de Otraparte el poblado mas cercano a otras veredas de la comarca. A escasos cien metros están Las Bocas como se conoce el punto donde nace el Metica producto de la unión del Guamal, Camoa y Cañoblanco, ríos de por si caudalosos y hermosos.

    Los niños jugaban felices en sus ramas aunque la dificultad de trepar su tronco era enorme. Los mayores recomendaban: “tengan cuidado muchachos porque ese árbol es vidrioso y aunque se vea fuerte puede desgajarse y ustedes al caer lastimarse”. Lo afirmo con pleno conocimiento de causa, pues de pequeño me divertí en él en cantidades con mis amigos yendo o viniendo de baño en alguno de esos deliciosos espejos de agua.

    De tiempo aca el árbol gime. Se sabe que lo hace por el leve y triste sonido permanente que se escucha al estar cobijado por su sombra.

    El árbol llora y se lamenta el no haber podido desgajar a tiempo la rama grande y vigorosa desde la cual un enfermo y solitario anciano se lanzo al vació atado a una deshilachada cuerda; ahogado el pobre hombre en sus propias miserias, de un ocaso cosechado en el torpe transito por el mundo en su endeble condición humana. Así tajante lo afirmó el chaman Silvestre Acosta quien hace poco pasó por Otraparte sin siquiera haber sido enterado previamente del incidente del anciano.

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