La planta de vid consta de dos partes claramente diferenciadas: una subterránea o sistema radicular, y una aérea formada por el tronco, brazos y sarmientos, los cuales portan a su vez las hojas, yemas, frutos y zarcillos.
La raíz de la vid asegura el anclaje de la planta al suelo y se encarga de la absorción de agua y elementos minerales. El tallo está originado por la actividad de las yemas, encargadas de la renovación y perennidad de la vid; y entre sus funciones destacan el soporte y distribución de los órganos aéreos y la acumulación de sustancias de reserva.
La hoja de vid está formada por el peciolo (de unos 5-15 cm) y el limbo, posee cinco nervios principales que se ramifican varias veces, cinco lóbulos dentados y cinco senos.
El meristemo terminal asegura el crecimiento en longitud del pámpano, pero no la continuidad de la planta, ya que cae cuando el pámpano deja de crecer. Los zarcillos aparecen por encima de los racimos y su función principal es agarrarse a la estructura cercana y conferir un porte erguido a la planta de vid.
La flor de vid es una flor de color verdoso compuesta esencialmente por: cáliz, corola, androceo y gineceo.
La baya se forma por la evolución del gineceo y consta de: hollejo o piel del fruto, pulpa o parte carnosa de la uva, haces vasculares a través de los cuales se nutre la baya (pincel) y pepitas o semillas.
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